Carta al Presidente de Cuba

Le escribo sin nombre, porque en este país decir lo que uno piensa tiene precio. Y no hablo de multas ni sanciones, hablo del miedo, de las amenazas, de las vidas destrozadas por atreverse a hablar.

Usted dice que el pueblo puede expresar sus opiniones “en los lugares establecidos”. Pero dígame, ¿cuál es ese lugar donde se puede hablar sin que te marquen, te silencien o te expulsen del trabajo? ¿En qué oficina se puede reclamar sin que te miren como enemigo?

Nos piden disciplina, pero lo que ustedes llaman disciplina no es más que silencio. Nos hablan de unidad, pero lo que buscan es obediencia. ¿Dónde está el respeto a la Constitución que ustedes mismos escribieron y que prometieron cumplir? Porque el derecho a protestar, a pensar distinto, a reclamar, también está allí  y ustedes lo pisan todos los días.

Mientras el país se cae a pedazos, el gobierno prefiere callar las voces que denuncian la miseria. Bloquean las redes, detienen jóvenes, criminalizan la opinión. Quieren un pueblo sin voz, porque un pueblo mudo es más fácil de controlar.

Pero el silencio se rompe. Se rompe en las colas, en los apagones, en los barrios llenos de basura y desesperanza. Se rompe en las conversaciones bajitas, en los mensajes borrados, en cada cubano que ya no cree en promesas ni consignas.

Usted puede mandar a callar, pero no puede evitar que el pueblo piense. No puede prohibir que la gente sienta rabia, ni puede apagar el cansancio. Cuba está hablando, aunque usted no quiera escuchar.